
Existen métodos para medir el C.I. basados en tests con los cuales se escala el supuesto nivel mental de cada individuo y se le atribuye un número que lo clasifica en función de su potencial. Por sí solo no tiene un rigor suficiente como para ser un valor significativo, digamos que únicamente pronuncia el margen de desarrollo de una persona, para que el C.I. se convierta en un beneficio tiene que ser trabajado. La predisposición a “ser una persona inteligente” es algo existente en muchas personas, pero no todas llegan a poder ser consideradas inteligentes. A mi modo de ver lo que principalmente evalúa el C.I. es la capacidad de superar con éxito aspectos de nuestra vida de índole académico (siempre y cuando el sistema esté preparado para satisfacer las demandas de una persona con un elevado C.I.).
Quién de nosotros no ha oído hablar de la palabra superdotado. Dicho vocablo viene a significar una gran capacidad mental, o al menos eso aseguran las tendencias psicológicas tradicionales. La capacidad mental recibe el nombre de Cociente Intelectual (en adelante C.I.) y hasta hace bien poco (incluso hoy en día) se aseguraba que era una magnitud por sí sola solvente para prever el futuro de una persona y cómo iba a ser de capaz de discurrir satisfactoriamente por su futuro.
Resulta curioso descubrir como algunas personas superdotadas muchas veces distan de tener habilidades emocionales para ganarse un sitio en el mundo marcadamente social que habitamos. En ocasiones incluso no son capaces de utilizar su supuesta capacidad para labrarse un estatus que le garantice al menos felicidad y actúan de un modo que difícilmente se podría atribuir a alguien con una alta capacidad mental. Todo ello deriva de la existencia de otros múltiples tipos de inteligencia, difícilmente medibles y estandarizables, no relacionados con la capacidad de síntesis de contenidos y adquisición de “sabiduría”. A la inteligencia que permite al ser humano comprender las relaciones sociales y el funcionamiento de las mismas se la denomina inteligencia emocional.
Se podría hablar mucho sobre la misma, establecer muchas clases de inteligencias emocionales y tratar de medirlas, aunque resulta complicado pues, de manera innata, es la sociedad la que labra a sus miembros dotándolos de más o menos capacidad emocional y al ser una característica que aparece en las relaciones humanas no es fácilmente trasladable a cualquier tipo de prueba que establezca su valor. Es habitual que aquellas personas con una elevada inteligencia emocional suelan dominar a personas con un alto C.I., al menos laboralmente. Así mismo suelen ser personas mas conscientes de cómo ser felices y desarrollar una vida (en términos humanos) más plena.

Pese a lo anteriormente dispuesto no son dos rasgos mentales escindidos, existe una cierta tendencia a que el individuo con una alta capacidad intelectual tenga así mismo muy desarrolladas las destrezas y capacidades ligadas a la inteligencia emocional, y viceversa. El desarrollo de la inteligencia emocional, como ya dije antes, sucede de manera no consciente, es decir, el sistema no está creado para trabajar la inteligencia emocional sino que surge del libre discurrir de cada individuo por sus relaciones sociales, laborales, familiares o educativas. Algunos pequeños núcleos educativos tratan de darle un valor añadido a la formación en inteligencia emocional, pero el sistema está pensado para estandarizar los conocimientos y deja de lado las habilidades sociales, lo cual choca con la idea de garantizar una vida plena y dotada de felicidad a cada miembro de la sociedad. Es bastante absurdo no educar para ser feliz, al menos mi mentalidad me arroja tristeza frente a dicho hecho.
Es importante que recalculemos nuestra línea educativa y demos valor al desarrollo de habilidades para entender a los demás, saber analizar las relaciones humanas, ser capaz de destacar en el trato humano y generar una confianza de la sociedad en las destrezas propias. Es en ese aspecto donde el individuo puede desarrollar hábitos que generen felicidad que, al fin y al cabo, marca la diferencia entre ser un mero superviviente y vivir plenamente. La sociedad educativa, o de cualquier índole, debería tener muy claro que una persona feliz es capaz de realizar muchas más funciones con mucho más rendimiento que alguien que no disfruta de su vida.
¿Y cómo lo hacemos?... Bueno, ya hay personas que están sumergidas en educar para ser feliz y no para adquirir conocimientos. Recomiendo un proyecto documental que habla de ello, es largo y quizá peca de reincidir demasiadas veces en el mismo mensaje, pero el trasfondo del cambio necesario está claro...
La educación prohibida:
Tras el buen aporte de Chonfin, añado el vídeo resumen, son poco más de 30 minutos y rescata la esencia del video anterior. ¡Gracias por la aportación!